domingo, 19 de mayo de 2019

Pregón solemne de la Virgen del Rocío

Monumento al Rocío
(Huelva)


PREGÓN SOLEMNE DE LA VIRGEN DEL ROCÍO
Proclamado en la Hípica Zahorí de Falces (Navarra)
en el cuarto Domingo de Pascua,
día 12 de Mayo del Año del Señor, 2019,
ante la Hermandad del Rocío de Navarra


«Dichoso el vientre que te llevó
y los pechos que te criaron» (Lc 11,27)
fue la exclamación de una mujer
embargada por la emoción.
 

Había asistido a la liberación
de un hombre acallado y enmudecido
por un sistema social que pervierte
los afueras y los adentros del ser humano.


Y cuando los guardianes del orden establecido
pretendían desautorizar a Jesús
fueron desenmascarados por su palabra,
plena de sabiduría, sentido común y humanidad.


El mismo grito de esta mujer:
«Dichosa la madre que te parió
y los pechos que te amamantaron»,
vibra con fuerza en los ambientes y corrillos rocieros.


Estalla con frenesí y pasión
en un mar agitado de almas
que tras el salto de la reja de su ermita de Almonte
rescatan para el pueblo a Nuestra Señora.


Y, mientras es mecida y danza
al compás de la fe de un pueblo
que anhela, suspira, goza y sueña,
pero también llora, sufre, suda y espera,


va susurrando en los corazones de los oyentes
las palabras de su Hijo y Maestro de Galilea:
«Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios
y la ponen en práctica» (11,28).


Porque si obras grandes y admirables habéis visto hoy,
mayores las haréis vosotros si tenéis fe (Jn 14,12)
en ese Adán nuevo que nació
de las entrañas purísimas de la nueva Eva.

No hay otro aval que garantice
la salud plena en esta vida
y despliegue ante nuestros ojos
un horizonte de vida eterna.

Acordaos de aquel humilde pastor
que apacentaba el ganado
por los prados agrestes de la Rocina de Almonte,
ganándose el pan con el sudor de su frente.

Y, lo mismo que aquellos otros pastores
que pasaban la noche al raso apacentando los rebaños
en los arrabales de la villa de Belén,
fue agraciado con la presencia de la Madre de Dios.

En medio de zarzas, matojos y espinos,
que evocaban una humanidad desgarrada, caótica y embrutecida,
brillaba el prodigio de la esperanza y la nueva creación,
una mujer hermosa como la luna y refulgente como el sol.

Una mujer que, en la plenitud de los tiempos,
seguía mostrando a las gentes
el Cordero que quita el pecado del mundo
y viene a restaurar el Edén original.

El humilde pastor quiso dar noble cobijo
a la imagen de Nuestra Señora
pero esta no desarraigó su presencia
de ese paisaje áspero y desolado.

¿Cómo la Virgen del establo de Belén,
pariendo en los arrabales de una villa
porque no tenía tela para untar al posadero,
iba a renunciar a sus humildes orígenes?

¡Donde proliferó la pena y el pecado
se desbordó la gracia a raudales!
¿Cómo olvidar nuestros orígenes humildes
y a aquellos que, con sus empeños y sufrimientos,
         nos auparon hasta la vida que ahora tenemos?

¡Que se me pegue la lengua al paladar,
que se me paralice la mano derecha,
si me olvido de mi tierra, de mis raíces, de mi cultura y de mi parentela,
y no vuelvo con ansias de rescate y aires de agradecimiento!

¡Dejadme, hermanos, que sueñe
el sueño de un peregrino,
que en un descanso del camino
echa la mirada atrás siendo fiel a su destino!

Qué tiempos aquellos en que la Divina Gracia
me envió de diácono a Azagra, entre la Peña y el Ebro,
y supe de la porfía y hospitalidad
de los temporeros jienenses de Bedmar y Jódar


Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor… (Miguel Hernández)

¡La tierra del que la trabaja!
La tierra es el almacén pletórico
con que Dios ha bendecido a la humanidad.
¿Quién puede en su orgullo arrogarse su propiedad?

Vinieron también las de Los Corrales,
sevillanas con gracia y salero para trabajar y luchar, para festejar y danzar,
con su cura Diamantino,
que cambió su vestido talar por un buzo de bracero.

Bajo el estatuto de los pobres
se encarnó como el Salvador del mundo.
Ahí lo vemos, alegre en el servicio, fiel a la encomienda,
de cura y sindicalista, temporero y jornalero.

Tantos eran los proletarios andaluces en Azagra
que, no es extraño y parece de sentido común,
los primeros encuentros festivos
de la Casa de Andalucía de Navarra

para festejar a la Virgen del Rocío,
tuvieran como sede La Barca de esta villa.
Son los primeros años de la década de los ochenta
del pasado siglo, veinte después del Nacimiento del Salvador.

Admirablemente, en una parada del camino,
quedé sobrecogido contemplando la Mezquita de Córdoba.
Envuelto de silencio y recogimiento en su inmensa sala con sus mil columnas,
sumergido en un útero místico fecundante.

Y, una vez purificado por esta experiencia divina,
despertar con los perfumes embriagadores del Patio de los Naranjos,
para buscar presuroso la sombra de un atrio ajardinado de la Judería
y brindar gozosamente con una pinta de cerveza espumosa y refrescante.

En esta peregrinación por tierras andaluzas
nunca me abandonó la voz del duende y del misterio,
un joven poeta granaíno de Fuente Vaqueros,
Federico es su nombre, García Lorca son sus apellidos.

Poeta de la luna y la nostalgia
canta los anhelos prístinos y originales
y el drama del amor
de los erradicados del paraíso.


No quise.
No quise decirte nada.

Vi en tus ojos
dos arbolitos locos.
De brisa, de risa y de oro.
Se meneaban.
No quise.
No quise decirte nada.

Mi amigo José Manuel, que sabe de mis búsquedas y de mis amores,
me envía desde su pueblo la partida de nacimiento
de su preclaro e ilustre paisano
como reliquia y obsequio a mi devoción.


En una plazuela empedrada y recoleta del Albaicín
con acordes de guitarra y olor de jazmín
contemplamos en un atardecer
la belleza sublime de la Alhambra.


El Reino nazarí asiste paralizado a su ocaso
y para mitigar su tristeza honda, y al parecer inevitable,
se zambulle y anestesia en un derroche de esplendor y maravilla…
Y nosotros, como antaño, nos marchamos


por el Paseo de los Tristes, junto al Darro.
Abandonamos la ciudad estremecidos
no sin antes comer una patata asada por una gitana
y regada de nuevo por una jarra de cerveza. ¡Hace calor!

Pero dejadme confesar que el escenario granaíno que más me impresionó
fue la Cartuja de Nuestra Señora de la Asunción,
monasterio de los monjes del silencio,
de la paz y la contemplación.

Nada en su modesto patio, que nos recibe,
y menos en la mística austera de sus primeros habitantes
nos lleva a vislumbrar el esplendor del arte barroco
que en su interior presenciaremos.

Allí se venera la imagen de San Bruno,
obra primorosa del artista bastetano José de Mora,
que, teniendo el corazón desgarrado por la pérdida de su querida esposa,
imprimió su dolor y sus anhelos en el rostro y en las manos del abad de Chartreuse.

Tanto la quería y adoraba
que su corazón no ansiaba sino compartir su destino
y si no fuera por la cogulla que lo anclaba a la tierra
nuestro santo solitario hubiera volado hasta el cielo.

De ahí, con los amigos de Zirauki, a El Ejido,
por las tierras orientales del indalo,
perdiéndose nuestra vista en un mar de plástico y un sinnúmero de inmigrantes…
«Fui emigrante y me acogiste» (Mt 25,35).

Crisol de culturas y torre de Babel,
vergel que abastece a Europa
y yermo estepario para rodar películas del oeste americano.
Y la palabra divina que viene a ilustrarnos:

«No vejes ni oprimas al emigrante,
porque vosotros también fuisteis emigrantes en Egipto» (Ex 22,20)
«Tratad a los demás como queréis
que ellos os traten a vosotros» (Mt 7,12).

Y Cabo de Gata, paisaje de ensueño,
puerta de magia y misterio,
donde se besan y castigan en concierto de amores y desencuentros
la madre tierra y el mar inmenso.

No he llegado todavía a Cádiz, pero Cádiz sí que ha llegado a mí
en unos jóvenes de Sanlúcar de Barrameda,
de donde salieron las carabelas de Colón en su tercer viaje para hacer las Américas,
y de Jerez de la Frontera.

Vinieron a celebrar la Pascua a Cabanillas,
y para una mejor integración en la vida comunitaria
fueron acogidos por las familias del pueblo.
¡Cuánta bendición y alegría nos da la fraternidad!

Vinieron con la congregación de las Hijas de San José,
esas religiosas que fundó el jesuita catalán Francisco Javier Butiñá i Hospital,
para dignificar y humanizar el trabajo obrero de las mujeres asalariadas
cuando el liberalismo económico hacia estragos en las clases obreras.

Con estos jóvenes encantadores gaditanos
celebramos algunos años la Cena del Señor,
su donación en la cruz
y su exaltación como Señor de vivos y muertos.

Enseguida comprendí su chispa con las chirigotas,
su ironía desternillante y aguda,
su desenfado audaz y nobleza inigualable,
y, sobre todo, su resiliencia para afrontar el futuro en las situaciones más adversas.

Mi buen amigo Juan de Dios, malagueño de Villanueva del Trabuco,
tomó el relevo y me fue introduciendo, sosegadamente, pero con paso firme,
en la geografía maravillosa de las almas andaluzas
y yo sonreía agradecido por tanta bendición.

Visitamos Nerja y recordamos aquel Verano Azul
junto a una réplica del barco de Chanquete
y no pudimos menos que cantar:
«Algo se muere en el alma cuando un amigo se va».

Él me llevó de la mano hasta las marismas de Almonte
donde emergía pacífica y señorial la ermita de Nuestra Señora
y franqueando su umbral cantamos: «Olé, olé, olé…»
«Me felicitarán todas las generaciones
         porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí» (Lc 1,48s.)

Como antaño resonó la voz liberadora de Dios
entre la multitud oprimida de Egipto,
una economía esclavista que se prolonga en la historia
disfrazándose con una versatilidad que da vértigo y mareo…

Liberación de Dios «que hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos». (1,51-53)

Y, a veces, me asalta y desasosiega esta reflexión:
«¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!» (Sal 136,4)
¡Cómo cantar a la vida en la tierra de la servidumbre!
¡No descansaré hasta que mis pies heridos del camino pisen la ciudad de Dios!

Con un pie anclado, cuando no engrilletado,
en la religión del capitalismo
y otro que forcejea y se encamina hacia la tierra de la promesa,
tierra de fraternidad que mana leche y miel.

Y en esta peregrinación que dura toda una vida,
yo diría ya que es la vida misma,
Dios, desde su sabiduría, magnanimidad y providencia,
me ha bendecido con una hermana flamenca.

Mi hermana, cofrade alegre y devota de la Virgen del Rocío, y yo
caminamos brindando por la vida al ritmo de sevillanas
en una asociación rociera y cabanillera
que lleva el nombre de «El Farolillo».

Nunca hubiera podido imaginar
tal derroche de gracia y amor.
Así que, en este día del pregón,
este humilde peregrino no puede sino dar gracias a Dios.

Cuando rezamos todas las noches el Ave María
nuestra fe balbuciente nos lleva a proclamar,
como un día lo hiciera Isabel, la prima de la Virgen María:
«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…

¡Dichosa tú que has creído!
Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,42.45).
Sólo los que creen pueden transformar el mundo,
abrir paso a los cielos nuevos y la tierra nueva.

Gracias de corazón a todos vosotros,
que habéis levantado no sólo vuestras casas y familias
con vuestro tesón, sudor y sacrificio,
sino también enriquecido nuestra tierra de Navarra.

¡Sois una bendición para Navarra y para cualquiera de las tierras que os acogen
por vuestro trabajo, vuestra cultura, vuestra fe y vuestra alegría!
¡Dios os bendiga, hermanas y hermanos!
¡Dios bendiga a vuestras familias, aquende y allende!

¡Dios os haga fuertes en el amor,
que es lo único por lo que merece la pena vivir,
espabile en vosotros la llama de la esperanza
y fecunde en vuestros corazones la fe
         igual que una semilla de mostaza acogida por la tierra en tempero!

¡Dios nos mantenga a todos, andaluces y navarros,
en la única y auténtica unidad católica,
que hace entenderse a gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación,
en la oración ardiente e incesante con la Madre de Dios!

¡Siempre suplicando en esta Iglesia tan pobre y anhelante
los vientos recios y refrescantes y el fuego que prende los corazones
del Espíritu de Pentecostés!
¡Viva la Virgen de Rocío!

¡Viva esa Blanca Paloma!
¡Viva el Pastorcillo Divino!
¡Viva la Hermandad del Rocío de Navarra!
¡Viva la Madre de Dios!
 

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