Procesión de la Virgen del Rosario en las fiestas patronales de Fontellas (Navarra)
el 6 de Septiembre del 2018
el 6 de Septiembre del 2018
LAS
CAMPANAS VOLTEAN DE AGITACIÓN Y ALEGRÍA
Saludo del párroco en las fiestas patronales
en honor de Nuestra Señora del Rosario
tomado del programa oficial de festejos de Fontellas (Navarra) del 2018
Saludo del párroco en las fiestas patronales
en honor de Nuestra Señora del Rosario
tomado del programa oficial de festejos de Fontellas (Navarra) del 2018
Las
campanas han sido y siguen siendo en nuestra cultura occidental un instrumento
musical tan humilde como polifacético y omnipresente. No ha sido tan valorado
ni reconocido como el piano, la trompeta o el violín, que dan prestigio y
popularidad a quienes los tocan. No tiene renombre ni es objeto de
conversaciones, pero tampoco lo suele ser el aire que respiramos, la sal que
condimenta nuestras comidas o las margaritas que anuncian la primavera.
Aunque
su nombre parece proceder de la región italiana de Campania y su utilización
litúrgica atribuirse al santo obispo de Nola, San Paulino, en el siglo V de
nuestra era, su origen es inmemorial y se pierde en el comienzo de la
humanidad. Encontramos testimonios escritos, representaciones artísticas y
restos arqueológicos en todas las culturas de la tierra. No es extraño, porque
la percusión de un objeto contra otro ha sido una manera instintiva y elemental
del ser humano para expresarse y hacerse notar.
Nos
imaginamos las campanas como las que vemos en las torres de nuestras iglesias:
una copa invertida fundida en bronce que se toca golpeando su interior con un
badajo o su exterior con un martillo. Lo cierto es que a lo largo de la
historia y de la geografía encontramos campanas de innumerables formas,
descritas con un arsenal de nombres geométricos; tamaños diversos, desde las
colosales, como la de la catedral de Colonia, la Gran Campana del Zar en el
Kremlin o la Gorda de la catedral de Toledo, hasta las más minúsculas que nunca
saldrán en la lista Forbes de las más ambiciosas porque todo lo que precise de
microscopio para verlo no es digno de emular ni publicitar; y fabricadas con
materiales de toda índole, no sólo de metal, hierro, plata, oro o bronce, sino
también de cerámica, madera, etc. Pero en todas ellas, su sonido vibrante y
eterno es un eco de la vibración primordial del universo. Ahí está su magia
y su virtud.
Su
sonido nos arrebata misteriosamente. Puede ser cadencioso, lúgubre y lastimero
como las campanas de la noche de difuntos en la famosa leyenda de Bécquer, «El
monte de las ánimas», o estridente y jovial como el tintineo de las campanillas
que adornan los tobillos y muñecas de bailarinas y danzantes, de héroes y
dioses de los panteones sagrados de la humanidad. Podemos pensar en las
campanas que marcan las horas, convocando a los monjes de un cenobio a la
alabanza y a la lectio divina, al trabajo y al descanso, o, sencillamente, en
las que dan las horas del reloj en las espadañas y campanarios de nuestras
villas; en la campanilla que nos espabila para rendir homenaje y adoración ante
la hostia consagrada que el sacerdote eleva en la Eucaristía después del
memorial de la Última Cena, en esa más grave que tañen los auroros cuando
invocan a Santa María como preludio al canto de la aurora en los amaneceres
pletóricos de luchas y esperanzas o en aquella que, sujeta a un cayado nudoso,
agitaba inquieto un enfermo de lepra para advertir de su presencia amenazante a
los desprevenidos caminantes. También nos viene a las mientes las solemnes
campanadas que dan la bienvenida al nuevo año; el toque del ángelus invitando
al recogimiento como en aquella pintura de una pareja de campesinos que
inmortalizó Jean Francois Millet; las campanadas más alegres convocando al
pueblo para el bautismo y acogida en la comunidad de un nuevo miembro, la
confirmación que da estatus de ciudadanos adultos a los jóvenes del pueblo, la
celebración de una boda en un derroche de fantasía principesca, o antaño, las
que anunciaban la agonía, la procesión con el viático o la muerte de uno de los
nuestros.
Quizás
el sonido de las campanas fuera algo extraordinario como cuando sonaban a
rebato informando de un incendio o de una calamidad extrema y convocaban al
pueblo a hacerle frente desde la solidaridad que todo lo puede. Aquellas
campanadas que exorcizaban tormentas, desgarrando las nubes mientras el
predicador desde el conjuratorio invocaba la protección divina. Nos quedamos
expectantes cuando nos hablan del tañido de las campanas por sanadores que
pretenden desbloquear las energías vitales que fluyen por los canales
invisibles del ser humano, incluso exorcizar espíritus impuros que atenazan el
alma del osado o del incauto. ¿Qué hay de verdad en todo esto? Estemos atentos
porque nuestra ignorancia no va a ser la clave para interpretar lo que
desconocemos.
La
presencia familiar de las campanas en la vida común no diluye su condición de
portal e instrumento del misterio. Luis María Marín Royo en su libro
«Costumbres, tradiciones y festejos» relata lo siguiente: «Al igual que ha
pasado últimamente en un pueblo italiano, que la campana de la iglesia se tañía
milagrosamente sola, también en Tudela, o mejor dicho, en Fontellas, tuvimos
este milagro. El hecho, leído de un tirón y sin querer investigar más, tiene
hasta aires de veracidad. Dice el documento que se tañía sola, comenzando hacia
el mediodía del 17 de noviembre de 1564, y que duró doce horas, sonando cada
cierto intervalo de tiempo, como dos o tres badajadas. La información fue
recibida por el oficial eclesiástico de Tudela, Lorenzo de Lerma.
El
alcalde y vecinos tomaron sus precauciones, reconocieron la iglesia y dejaron
un guarda que vigilara la misma y, aún así, los vecinos, desde las ventanas,
seguían escuchando aterrorizados el repetido golpe del badajo, que repitió el
sonido durante toda la noche».
El misterio nos desborda
y sobrecoge porque no lo controlamos, no es previsible y no lo podemos explicar
convincentemente. Pero esta existencia humana nuestra es así, ¿no? Pensamos que
llevamos las riendas pero… Nuestra fe confiesa en medio del desvalimiento
extremo que somos criaturas divinas y que el Creador nos ha empapado con su
Espíritu hasta los tuétanos de nuestro ser, desplegando ante nosotros un
horizonte de vida eterna. Jesús de Nazaret vino para revelárnoslo.
En estas fiestas en
honor de la Virgen del Rosario, que vamos a estrenar en este año del Señor,
2018, las campanas voltearán gozosas anunciando la alegría y la amistad que
estamos invitados a vivir, y nuestro espíritu brincará y se desbordará de gozo.
Y, sin saber muy bien cómo, nuestro corazón palpitará al ritmo de las campanas
presagiando esta noble vocación. ¡Felices fiestas, mis queridos compañeros,
vecinos y allegados de esta villa nuestra de Fontellas! ¡Viva la Virgen del
Rosario, maternal protección y áncora de salvación! ¡Viva Fontellas!
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