miércoles, 29 de mayo de 2019

Las campanas voltean de agitación y alegría

Procesión de la Virgen del Rosario en las fiestas patronales de Fontellas (Navarra)
el 6 de Septiembre del 2018

LAS CAMPANAS VOLTEAN DE AGITACIÓN Y ALEGRÍA
Saludo del párroco en las fiestas patronales
en honor de Nuestra Señora del Rosario
tomado del programa oficial de festejos de Fontellas (Navarra) del 2018
 


Las campanas han sido y siguen siendo en nuestra cultura occidental un instrumento musical tan humilde como polifacético y omnipresente. No ha sido tan valorado ni reconocido como el piano, la trompeta o el violín, que dan prestigio y popularidad a quienes los tocan. No tiene renombre ni es objeto de conversaciones, pero tampoco lo suele ser el aire que respiramos, la sal que condimenta nuestras comidas o las margaritas que anuncian la primavera. 

Aunque su nombre parece proceder de la región italiana de Campania y su utilización litúrgica atribuirse al santo obispo de Nola, San Paulino, en el siglo V de nuestra era, su origen es inmemorial y se pierde en el comienzo de la humanidad. Encontramos testimonios escritos, representaciones artísticas y restos arqueológicos en todas las culturas de la tierra. No es extraño, porque la percusión de un objeto contra otro ha sido una manera instintiva y elemental del ser humano para expresarse y hacerse notar.

Nos imaginamos las campanas como las que vemos en las torres de nuestras iglesias: una copa invertida fundida en bronce que se toca golpeando su interior con un badajo o su exterior con un martillo. Lo cierto es que a lo largo de la historia y de la geografía encontramos campanas de innumerables formas, descritas con un arsenal de nombres geométricos; tamaños diversos, desde las colosales, como la de la catedral de Colonia, la Gran Campana del Zar en el Kremlin o la Gorda de la catedral de Toledo, hasta las más minúsculas que nunca saldrán en la lista Forbes de las más ambiciosas porque todo lo que precise de microscopio para verlo no es digno de emular ni publicitar; y fabricadas con materiales de toda índole, no sólo de metal, hierro, plata, oro o bronce, sino también de cerámica, madera, etc. Pero en todas ellas, su sonido vibrante y eterno es un eco de la vibración primordial del universo. Ahí está su magia y su virtud. 

Su sonido nos arrebata misteriosamente. Puede ser cadencioso, lúgubre y lastimero como las campanas de la noche de difuntos en la famosa leyenda de Bécquer, «El monte de las ánimas», o estridente y jovial como el tintineo de las campanillas que adornan los tobillos y muñecas de bailarinas y danzantes, de héroes y dioses de los panteones sagrados de la humanidad. Podemos pensar en las campanas que marcan las horas, convocando a los monjes de un cenobio a la alabanza y a la lectio divina, al trabajo y al descanso, o, sencillamente, en las que dan las horas del reloj en las espadañas y campanarios de nuestras villas; en la campanilla que nos espabila para rendir homenaje y adoración ante la hostia consagrada que el sacerdote eleva en la Eucaristía después del memorial de la Última Cena, en esa más grave que tañen los auroros cuando invocan a Santa María como preludio al canto de la aurora en los amaneceres pletóricos de luchas y esperanzas o en aquella que, sujeta a un cayado nudoso, agitaba inquieto un enfermo de lepra para advertir de su presencia amenazante a los desprevenidos caminantes. También nos viene a las mientes las solemnes campanadas que dan la bienvenida al nuevo año; el toque del ángelus invitando al recogimiento como en aquella pintura de una pareja de campesinos que inmortalizó Jean Francois Millet; las campanadas más alegres convocando al pueblo para el bautismo y acogida en la comunidad de un nuevo miembro, la confirmación que da estatus de ciudadanos adultos a los jóvenes del pueblo, la celebración de una boda en un derroche de fantasía principesca, o antaño, las que anunciaban la agonía, la procesión con el viático o la muerte de uno de los nuestros. 

Quizás el sonido de las campanas fuera algo extraordinario como cuando sonaban a rebato informando de un incendio o de una calamidad extrema y convocaban al pueblo a hacerle frente desde la solidaridad que todo lo puede. Aquellas campanadas que exorcizaban tormentas, desgarrando las nubes mientras el predicador desde el conjuratorio invocaba la protección divina. Nos quedamos expectantes cuando nos hablan del tañido de las campanas por sanadores que pretenden desbloquear las energías vitales que fluyen por los canales invisibles del ser humano, incluso exorcizar espíritus impuros que atenazan el alma del osado o del incauto. ¿Qué hay de verdad en todo esto? Estemos atentos porque nuestra ignorancia no va a ser la clave para interpretar lo que desconocemos.

La presencia familiar de las campanas en la vida común no diluye su condición de portal e instrumento del misterio. Luis María Marín Royo en su libro «Costumbres, tradiciones y festejos» relata lo siguiente: «Al igual que ha pasado últimamente en un pueblo italiano, que la campana de la iglesia se tañía milagrosamente sola, también en Tudela, o mejor dicho, en Fontellas, tuvimos este milagro. El hecho, leído de un tirón y sin querer investigar más, tiene hasta aires de veracidad. Dice el documento que se tañía sola, comenzando hacia el mediodía del 17 de noviembre de 1564, y que duró doce horas, sonando cada cierto intervalo de tiempo, como dos o tres badajadas. La información fue recibida por el oficial eclesiástico de Tudela, Lorenzo de Lerma. 

El alcalde y vecinos tomaron sus precauciones, reconocieron la iglesia y dejaron un guarda que vigilara la misma y, aún así, los vecinos, desde las ventanas, seguían escuchando aterrorizados el repetido golpe del badajo, que repitió el sonido durante toda la noche». 

El misterio nos desborda y sobrecoge porque no lo controlamos, no es previsible y no lo podemos explicar convincentemente. Pero esta existencia humana nuestra es así, ¿no? Pensamos que llevamos las riendas pero… Nuestra fe confiesa en medio del desvalimiento extremo que somos criaturas divinas y que el Creador nos ha empapado con su Espíritu hasta los tuétanos de nuestro ser, desplegando ante nosotros un horizonte de vida eterna. Jesús de Nazaret vino para revelárnoslo.

En estas fiestas en honor de la Virgen del Rosario, que vamos a estrenar en este año del Señor, 2018, las campanas voltearán gozosas anunciando la alegría y la amistad que estamos invitados a vivir, y nuestro espíritu brincará y se desbordará de gozo. Y, sin saber muy bien cómo, nuestro corazón palpitará al ritmo de las campanas presagiando esta noble vocación. ¡Felices fiestas, mis queridos compañeros, vecinos y allegados de esta villa nuestra de Fontellas! ¡Viva la Virgen del Rosario, maternal protección y áncora de salvación! ¡Viva Fontellas!


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