sábado, 28 de septiembre de 2019

Fiesta otoñal de San Roque en Cabanillas (Navarra)

San Roque, talla del santo procedente de Ayegui de principios del siglo XVI,
actualmente en el Museo Diocesano de Pamplona,

FIESTA OTOÑAL DE SAN ROQUE

Homilía en la fiesta otoñal de San Roque,
en la villa de Cabanillas (Navarra), el 29 de Septiembre del 2013.
El último domingo de Septiembre se traslada procesionalmente al patrón de la villa
de la iglesia parroquial a la románica,
siendo portado por los quintos que en el año cumplen los sesenta años.

 
Algún mensaje llega
más madrugador que los auroros
y no para recomendar o sugerir sino sentando cátedra:
—«No te pases y tengamos la fiesta en paz.»
 

Y uno que, en su pobreza y sumisión,
prefiere las digestiones dulces y aquietadas,
¿qué más quiere que que le paren los pies
para no pasarse y tener la fiesta en paz?
 

Entra por la puerta grande de la iglesia
con una humildad que parece pedir permiso
un joven empequeñecido y casi perdido,
pero el hambre no da tregua y espolea.
 

Sus ojillos avispados le delatan, es joven,
está cansado o más bien desengañado.
Su rostro tiene muchas más arrugas
de las que cabría esperar para su edad.
 

—«Qué deseas?»
—«Tú verás en qué puedes ayudarme, estoy de paso.»
—«Un trotamundos, un peregrino de la vida...»
—«Un día aquí y otro allá. Siempre buscando pero no hay nada.»
 

—«Anda, siéntate.
¿Te apetece tomar algo: un refresco, una cerveza, agua fresca?»
Después de servirle
—«De paso te voy a preparar un vale para que puedas ir a comer algo.»
 

Seguimos hablando.
Todos tenemos necesidad
de compartir y relacionarnos.
y se va confiando.
 

¡Qué sinceridad!
Es que estamos hartos de andar con disfraces
y uno está cansado de no ser uno mismo,
y sabe a profecía andar a pecho descubierto.
 

—«Entro en el chabolo
y desesperadico, caigo de rodillas sobre el piso,
con la cabeza gacha sosteniéndola entre mis manos.
Tanto pesar y tan pocas luces me aturden.»
 

El mozo se vio en un pozo profundo y oscuro.
Una experiencia semejante a una depresión.
No es raro que sus ojos estuvieran empapados.
Harto de tantas mentiras con que uno ha justificado su vida, ¿para qué hablar?
 

Después de un rato tirado como un guiñapo,
cuando vuelve en sí, levanta la mirada
y ve un graffiti pintado en la pared:
—«¡Es ese!» (señalando al Crucificado que preside el presbiterio de la iglesia).
 

—«Pero, ¿tú estás aquí?»
—«Ya ves.»
—«¿Y llevas mucho tiempo?»
—«Dos mil años.»
—«Pues, ¡qué gorda la hiciste!»
—«Ni te digo.»
—«Me pusieron en el corredor de la muerte y aquí sigo.»
 

Y mis ojos
miran al Crucificado
y mis ojos
miran al chico joven.

Nuestro santo patrono tendría la edad de este mozo
cuando regresó a su tierra materna
y, tomado por espía de bando enemigo,
fue encarcelado en las mazmorras del castillo del que era heredero.
 

Sirviendo a los apestados se hizo uno de ellos,
y los ricos que vestían de púrpura y de lino
y banqueteaban espléndidamente cada día
no le reconocieron porque no tenía rostro (¡Ningún pobre lo tiene!)
 

Ya sabéis que la revista Forbes
elabora año a año a ojo de buen cubero
o con precisión financiera, según algunos,
el ranking de las personas más ricas del mundo.
 

A la cabeza Carlos Slim,
un empresario mejicano de ascendencia libanesa,
propietario de Telmex, el operador de telecomunicaciones puntero de Méjico,
y de América Móvil, el cuarto operador mundial de telefonía.
 

El año pasado compró
el 34 % de las acciones del Real Oviedo:
¡A ver si levanta cabeza de la 2ª División B
con padrino tan pudiente!
 

Luego, Bill Gates, el fundador de Microsoft.
En tercer lugar, Amancio Ortega,
el dueño de Inditex, o sea, Zara,
y sigue la lista de preclaros hombres con rostro.
 

Pero los pobres no tienen rostro ni apariencia,
como le pasó a San Roque,
que si no hubiera sido por la cruz que llevaba estampada en el pecho
            desde el día de su nacimiento,
aún seguiría en el más absoluto anonimato.
 

Bajo el signo de la cruz,
es decir, crucificado,
desde el día de su nacimiento,
igual los pobres que sus servidores.
 

«...sin figura, sin belleza, sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado» (Is 53,2s.)
 

Le pasó algo parecido que a su Señor Jesucristo,
que, dicho sea de paso, es un elogio para él,
que sólo fue reconocido socialmente
después de muerto y bien muerto.
 

Como a los profetas perseguidos de antaño,
que son reconocidos con mausoleos
por los hijos de aquellos que vertieron su sangre,
y la siguen vertiendo en el pueblo crucificado.
 

Porque los pobres y sus servidores,
bien pensado para ser francos,
son un incordio para los millonarios,
como el rico de la parábola,
 

que no tienen otros quehaceres
que disfrutar de la vida
e ir poniendo nombres a calles y plazas
en virtud de las donaciones que hacen.
 

Los pobres son un incordio para ellos
como lo son los perros al pie de la mesa,
a quienes no hay que darles de comer
para que no incordien más de la cuenta,
 

y con los humos subidos
reclamen sin formalismos un puesto a la mesa.
¡Que coman poco, a sus horas, y en pesebres reservados!
¡Si tienen hambre serán más fácilmente controlables!
 

Si para esto se precisa congelar las pensiones,
privatizar la Seguridad Social,
derogar derechos laborales,
privar de educación a los vástagos de la plebe,
 

o liquidar a precio de saldo las Cajas de Ahorros y Montes de Piedad,
que eran lo más parecido a la llamada banca ética,
y cuya finalidad era sufragar las economías familiares
de los pobres anónimos del montón y de siempre...
 

¡Pues adelante, sin piedad y “haciendo lo que se debe”!
Pero de esto no hablemos,
que hemos venido a hablar de Dios
y se nos va la olla hablando de sus hijos.
 

Así que no es raro que hagan tan buenas amistades
los empobrecidos apestados, como San Roque,
y los perros de la casa de los amos,
según el refrán, «Dios los cría y ellos se juntan».

Pero el Evangelio es taxativo:
La cosecha del rico es su perdición,
en la tradición cultural, se llama infierno;
y el consuelo del pobre, el regazo materno de Dios
 

Entonces... ¿por qué nos empeñamos en reconocer
los afanes propiciatorios de los ricos
y aplaudir sus dádivas y gracias limosneras
con galardones y diplomas?
 

¿Por qué habríamos de querer ser como ellos,
capaces de atragantarse de lujos y comilonas
mientras los pobres son desahuciados
y se mueren de hambre comiendo las migajas que caen de sus mesas?
 

«No te pases y tengamos la fiesta paz.»
Pero, ¿cómo puede haber paz si no hay justicia?
y ¿cómo va a haber justicia si los poderes públicos
se están cargando los derechos del pueblo y de los pobres?
 

Aquí estamos para mirar al «siervo» y en él,
a todos los quebrantados y humillados.
¿Nos espantaremos de su figura desfigurada
y de su rostro triturado y deshumanizado?
 

¿Seguiremos callando
ante los corderos llevados al matadero,
ante las ovejas al arbitrio del esquilador,
mientras los arrancan de la tierra de los vivos?
 

¿Somos espectadores, somos cómplices?
¿Sálvese quién pueda o somos pueblo solidario?
¿Paralizados por el miedo y el despecho de Caín
o aún tenemos un corazón de carne que palpita en nuestro pecho?
 

¿Pensamos que por callar
correremos una suerte distinta
y nos libraremos de aquello que nos espanta?
¿Caeremos en la cuenta del destino que nos aguarda?
 

Aquí estamos para mirar al justo ajusticiado
y saciarnos de conocimiento,
para hacer frente a los crímenes
que expolían al pueblo de su condición humana.
 

Para vivir en paz no hay otro camino
que empatizar y cargar con la cruz del prójimo,
que hacerse próximos como buenos samaritanos
de aquellos moribundos a la vera del camino.
 

Aquí estamos reconociendo
que no podemos vivir en paz
si se la arrebatamos a nuestros semejantes
despojándoles del derecho y la justicia.
 

Aquí estamos sentados en la mesa de la fraternidad
gozando y disfrutando de la fiesta del Reino de Dios,
anticipando ese banquete divino para todos los pueblos:
¡manjares suculentos, vinos de solera!
 

Porque Dios sigue enjugando
las lágrimas de todos los rostros (Is 25,6-8)
y sigue empeñado en guiar a su pueblo
de la tierra de la servidumbre a otra que mana leche y miel (Ex 3,8).

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Ponte en camino



PONTE EN CAMINO

Con los años te das cuenta,
aunque no es una novedad,
que ponerte en camino no es fácil.

La intuición te va diciendo
que si no emprendemos esta peregrinación
no seremos fieles a nosotros mismos.

Ponerte en camino no es fácil
porque ese camino no existe
y cada uno de tenemos que recorrer el nuestro.

No es fácil porque tienes que dejar atrás
muchas cosas, costumbres, quizás profesión,
y puede que también, con gran dolor, a personas.

Y el horizonte que se despliega ante nosotros
no tiene perfiles claros
ni siquiera está claro que lleguemos.

El riesgo es grande,
si nos desvestimos de nuestros atuendos
¿terminaremos desnudos bajo la intemperie?

Pero se trata de vivir no de sobrevivir,
se trata de vivir no de ir tirando,
se trata de ser felices.

Para ser francos tampoco necesitamos mucho,
nos bastan pocas cosillas,
quizás quepan todas en un hatillo.

Cosillas lanzadas al viento
en una noche tranquila y fría de invierno
en que el deseo revolotea travieso.

domingo, 15 de septiembre de 2019

La Virgen del Rosario nos convoca con un mensaje maternal

Virgen del Rosario, patrona de Fontellas (Navarra)

LA VIRGEN DEL ROSARIO NOS CONVOCA CON UN MENSAJE MATERNAL

Homilía en la fiesta patronal de la Virgen del Rosario
de Fontellas (Navarra), el 5 de Septiembre del 2019,
en la iglesia parroquial de la villa



Las fiestas patronales las comenzamos
celebrando gozosamente a nuestra patrona
y manifestándonos bajo su manto
a través de las calles de nuestra villa.


Sentimos que su presencia cercana,
cuando se arrima a nuestros hogares
y deambula por las calles de nuestro hábitat cotidiano,
es una enseña de protección y salvación.


Pero nuestra Señora viene a nosotros,
en esta jornada festiva
en que nos convoca a todos a una mesa común,
con un mensaje maternal.


Todas las madres se gozan
reuniendo a sus hijos
en una mesa de fraternidad
hasta que exhalan el último hálito de su vida.


Nos sorprende que esta fiesta de la Virgen del Rosario
tenga su origen en una victoria militar
de la Liga Santa contra los turcos,
que dilucidó la suerte de Europa en los siguientes decenios.


Pío V, para conmemorar la batalla de Lepanto en 1571,
instituyó la fiesta romana de Nuestra Señora de la Victoria,
y, dos años más tarde, Gregorio XIII, cambió su nombre
por el de Nuestra Señora del Rosario.


Este combate naval cercenó de forma drástica
el expansionismo militar otomano en Europa
y las incursiones de los corsarios en el Mediterráneo,
pero a nosotros nos da mucho que pensar.


Alguno interpretará el conflicto como un choque de civilizaciones,
un enfrentamiento entre la Cristiandad y el Islam,
enquistado en la historia de la humanidad
como una maldición inexorable.


Nos queda en lo profundo una desazón grande
porque no terminamos de entender cómo la fe de un musulmán
arraigada en los cinco preceptos que nos enseñaron en la escuela,
esto es, la fe en Alá y en Mahoma su profeta,


la oración en las cinco horas que jalonan la jornada,
la limosna solidaria con el necesitado,
el ayuno que endereza los instintos del cuerpo
y la peregrinación a la Meca, que nos evoca nuestra condición humana;


así como la fe cristiana en el Dios uno y trino,
y la vida profesa por el Bautismo en la Santa Iglesia,
sean la clave para entender e interpretar
esta inquina multisecular e irresoluble.


Más bien parece que es el ansia de poder de los imperios,
que somete a los pueblos en una jerarquización deshumanizadora,
quien provoca estas conflagraciones lamentables y amargas
entre las naciones y las culturas.


¿Pensáis que la Virgen del Rosario,
Madre de Dios y madre nuestra,
se posiciona a favor de unos hijos
que se empeñan en machacar a sus hermanos?


No creo que ella sea así, tan belicosa,
pero sí lo son los dirigentes de ambas tradiciones,
aprisionados en los resortes del poder
y serviles con los intereses perversos del mismo.


Siempre han sido hombres estos dirigentes,
hombres según el modelo del patriarcado…
Mirad cuántas mujeres alcaldesas o dirigentes de los partidos
hay entre vosotros, que gestionáis la vida pública.


Siempre que hay dinero de por medio
están los hombres disputándose las parcelas de poder.
En cambio, cuando se trata de servir «gratis et amore»,
sólo encontramos voluntariados de mujeres.


Otro tanto ocurre en la Iglesia de Dios, y de forma alarmante.
«Homo sum, et humani nihil a me alienum puto».
La subordinación de la mujer al hombre
clama al cielo como un desafuero despiadado.


Cuando hablo de la mujer no estoy pensando
en aquella que ocupa miméticamente el puesto del hombre
y solamente le falta la barba
para ser un calco del mismo.


Pienso en la mujer desde la maternidad.
No creo que una mujer críe a sus hijos
para mandarlos a la guerra
y verlos desangrar en el campo de batalla.


La guerra no soluciona los problemas
sino que los agudiza y multiplica
atrapando a los pueblos
en una espiral de violencia y de venganza deshumanizadoras.


La mujer, desde la maternidad,
esta avezada a negociar con los mayores,
porque es ella, sobre todo ella, frente a los hombres,
quien les sirve y atiende en sus postreros años.


La mujer, desde la maternidad,
no duda un instante en negociar con los hijos adolescentes,
que se ponen el mundo por montera,
prestos y fáciles para echar un pulso a sus mayores.


Ella confía en que, con lágrimas, fortaleza y paciencia,
ganará al hijo «rebelde»
y otorgará años de felicidad al abuelo que ya pierde el equilibrio,
para bien del hogar y de la familia.


Es el hombre conformado por la mentalidad patriarcal
el que no negocia ni entiende de estos negocios
sino que declara la guerra para imponer su criterio
en un conflicto insoluble: o «tú o yo».


Si las mujeres, desde la maternidad,
fueran las responsables de la educación de niños y jóvenes,
¿pensáis que esta estaría prioritariamente encaminada a moldearlos
para insertarlos en la maquinaria económico-productiva?


Si un chaval no encaja y no es manipulable,
por su forma de ser o su carácter o su sensibilidad,
pensemos, por ejemplo, en un chico autista,
simplemente no sirve para nada, no tiene sitio, se le margina.


Esta forma de entender la vida, que se llama capitalismo,
compele, doblega, viola y configura a las gentes
y se impone en nuestras sociedades occidentales
y a todos los pueblos del mundo.


Los hombres conformados según el patrón del patriarca
no entienden el valor de la negociación.
Fijaos en los políticos que nos gobiernan
y nos abocan irremediablemente a unas elecciones.


No importa el coste de estas, ¿150 millones de euros?,
ni si la solución vendrá con estos futuros comicios,
simplemente los hombres, inflexibles, intransigentes, inquebrantables,
no negocian, sólo batallan.


Bien resumida esta manera de posicionarse ante la vida
por el eslogan que rezaba en aquel regimiento de infantería,
como santo y seña de un puñado de aguerridos militares:
«Por su valor y decoro, vencer o morir».


Pero es bien cierto que este mundo está reclamando al cielo,
como antaño la sangre de Abel derramada,
a esa mujer nueva, vestida del sol y la luna por pedestal,
que gime bajo los dolores del alumbramiento del hombre nuevo.


¿Pensáis que es la imaginación de un enardecido vidente?
María, la joven virgen, e Isabel, la anciana estéril,
son fecundadas por la gracia y el Espíritu de Dios,
porque para Dios nada hay imposible.


La fe de estas mujeres abre el camino a dos criaturas
que inaugurarán los cielos nuevos y la tierra nueva.
Visitar y ser visitada, salir al encuentro y acoger para ser bendecida…
Y las criaturas nuevas brincan de alegría en sus vientres.


La fe en el proyecto divino,
la utopía del Reino de Dios,
que socava el pedestal y la razón de los potentados
y rehabilita a las masas de los humillados.


La fe que despierta la esperanza en los hambrientos
y desvalija la propiedad de los acomodados
es la que abre camino a la maternidad
que concibe al ser humano nuevo.


En esta economía nueva de la salvación
ya no tiene cabida la violencia cainita
ni el martillo opresor de los imperios
desde Egipto y Babilonia a los actuales.


Pero si la fe consagra de novedad la maternidad,
la maternidad es un sacramento admirable de la creación,
y fluyendo a través de ella la gracia divina,
va disponiendo a la mujer para la fe.


Por eso la mujer descubre místicamente en su maternidad
el proyecto novedoso de Dios para este mundo nuestro avejentado:
el sueño que María desveló en su encuentro con Isabel,
cantando y regocijándose en el Dios salvador y liberador.


En esta fiesta de la Virgen del Rosario, nuestra patrona,
salgamos de nuestras vetustas patrias y nuestras rancias culturas,
y pongámonos en camino hacia la tierra nueva que Dios nos mostrará.
¡Sólo así seremos bendecidos y tendremos posteridad!