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La Danza de Henri Matisse, 1909 |
LA DANZA DE HENRI MATISSE
Estás jóvenes danzan con tal frenesí
que se contorsionan vehementemente
y de tal manera se entregan
que no parece fruto de su voluntad
sino de una suerte de enteógeno.
Las hemos pillado en trance,
arrebatadas por una vorágine
tan apasionada y violenta
que el corro se rompe,
pero la inercia y el delirio mantiene.
Es una pasión sensual extrema,
sus cuerpos desnudos hierven
y se enlazan en la intemperie fría
presagiando, quizás conjurando,
la fecundidad de la madre naturaleza.
No es el presente el escenario
ni es un sueño donde tiene lugar,
más bien es el paisaje indómito
del anhelo y del instinto,
de una llamada ancestral y arquetípica.
Pasión y locura que arrebata
hasta el punto de perder el juicio
hasta la extenuación y el agotamiento:
¿será el amor el que convoca y une
o más bien un fuego que todo consume?
¿Qué prurito aguijoneó a Matisse
para regresar o refugiarse o reivindicar
este jardín de las delicias,
donde el arrebato tiene sesgo de locura,
y la fruición va de la mano del vértigo,
en un turbulento cóctel de sentimientos?
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