viernes, 31 de mayo de 2019

San Isidro Labrador, el mundo rural y la RAE

Joaquin Castañon, San Isidro Labrador, San Antonio Museum of Art, San Antonio (Texas - USA), 1866


SAN ISIDRO LABRADOR, EL MUNDO RURAL Y LA REAL ACADEMIA
Homilía en la fiesta de San Isidro Labrador, jornalero,
patrón de los agricultores,
el 15 de Mayo del año del Señor, 2012,
en la Parroquia de la Asunción de Nuestra Señora de Cabanillas (Navarra),
siempre agradecido a tantos chavales y a tantos indignados
que como los del C.P.I. Virxe da Cela
van recordándonos lo bonito que es el amanecer…



Fue el rey español Felipe II
el que estableció la capital de su Reino en Madrid
el año del Señor, mil quinientos sesenta y uno.
 

Como todos los gremios, instituciones y ciudades
tenían sus patronos
hubo que buscar uno para la flamante capital.
 

Entre todas las ciudades europeas destacaba con creces,
desde que las carabelas de Colón arribaron a América,
la ciudad de Sevilla.
 

Esta tenía por valedor ante Dios
a San Isidoro, el autor de las Etimologías,
esa enciclopedia que recopilaba todo el saber de su tiempo.


Pero el rey español,
que armó la armada invencible, levantó el Escorial
y llenó de óleos del Bosco el actual Museo del Prado,
 

no pudo encontrar un santo varón
que aventajase en sabiduría a tan ilustre prelado
y les procurase desde el cielo las gracias divinas.
 

Convenía que la excelencia del nuevo patrono
superase con creces a los de todas las demás ciudades
que salpicaban todo su vasto imperio.
 

Fue su hijo Felipe III el que,
de regreso de un viaje diplomático a Lisboa,
cayó tendido en el lecho a causa de una grave enfermedad,
 

y encontró la oportunidad que el cielo le había reservado
cuando los galenos se vieron impotentes
para garantizar su curación.
 

Apelando in extremis a los santos de la corte celestial
no conmovió su corazón ninguno de tan preclaros abogados
sino un humilde campesino de la corte madrileña.
 

Harto el rey de allegados rimbombantes,
de semejantes que más producían hastío que colmasen sus anhelos
y de súbditos movidos por intrigas y pendientes de complacencias,
 

fue subyugado por la sencillez y honradez de un jornalero rural,
que espabiló su fe, fe que mueve montañas,
con los cierzos refrescantes y el sol que ilumina la madre tierra.
 

Corría el año del Señor, mil ciento treinta de nuestra era,
cuando el santo homónimo del patrón de Sevilla
entregaba su espíritu al Señor en olor de santidad.
 

Un trabajador de la tierra buscando el pan de cada día
en fidelidad al mandato del creador
que colocó al ser humano en su jardín para que lo labrase y cuidase.
 

Sin nada propio, porque del Señor es la tierra, que él la hizo,
y sin graneros, bajo la providencia divina,
devanaba su vida a ejemplo de aquel que lo había redimido con su sangre.
 

Su primera ocupación todas las mañanas era la fracción del pan
donde se alimentaba con el pan de los ángeles
que es la vida del mundo.
 

Y su trabajo cundía,
para testimonio y desconcierto de sus compañeros,
más que el de todos ellos.
 

Bien interpretaban que era la gracia celestial
la que hacía fecundas sus labores
multiplicando las cosechas el ciento por uno.
 

Si era vox populi y sensus fidei su integridad laboral
era también reconocido su concierto familiar,
levantado desde el amor recíproco y la solidaridad con los pobres.
 

Con Santa María de la Cabeza,
compañera y esposa,
vida femenina oculta con Cristo en Dios (Col 3,3).
 

Con San Illán,
hijo recuperado de las aguas del pozo y del Bautismo,
vástago santo de creyentes santos (cf. 1 Co 7,14).
 

El cuerpo de este santo rural, honrado y justo,
visitó la morada del monarca enfermo
y, tanto lo espabiló, que remozó en cuerpo y alma.
 

El monarca, despertado por el Espíritu,
aprendió la sabiduría íntima de Dios
oculta para los príncipes del mundo,
 

y, restablecida su salud, emprendió la tarea
del reconocimiento canónico del santo varón del mundo rural
porque de bien nacidos es ser agradecidos.
 

En el año del Señor, mil seiscientos diecinueve,
el papa Paulo V beatificó a San Isidro
y, dos años más tarde, Gregorio XV lo agregó al catálogo de los santos.
 

¿Quién le iba a decir al rey de España
que una villa rústica/rural sería elegida capital de su Reino
y contaría como patrón con un humilde campesino asalariado?
 

San Isidro de Madrid no se podía comparar a San Isidoro de Sevilla
pero bien pensado a quién le interesan las comparaciones
cuando el Señor Jesucristo oraba:
 

«Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes,
y se las has revelado a los pequeños». (Mt 11,25)
 

Y ¿quién le iba a decir a la Real Academia Española,
cuyo emblema reza «limpia, fija y da esplendor» a la lengua española,
que un santo rústico/rural sería el patrón de la capital de España?


«rural», que, según el diccionario de los ilustres académicos,
quiere decir «inculto, tosco y apegado a cosas lugareñas»,
y bien entendemos que procede escribirlo con minúsculas,


porque con mayúsculas habría que escribir su antónimo,
es decir, “Urbano”, que según el mismo diccionario,
significa «cortés, atento y de buen modo».


Y como Dios sigue interpelándonos por la boca de los inocentes,
inocentes de aldea y del mundo rural,
han sido estos los que han levantado su voz indignada…


Indignación ante el avasallamiento académico
cuya «cultura emancipada» menosprecia sus orígenes, «agri-cultura»,
y olvida descaradamente las lecciones de los «doctores» de antaño:


¿No decía el sabio doctor y padre de la Iglesia, San Agustín
que el cultivo del campo «de todas las ocupaciones,
es la más sana y la más honesta»?
                 (De haeresibus ad Quidvultdeum, 46; P.L. 42,37)


¿No interpela el insigne escritor clásico Cicerón,
diciendo que «esa vida rural que tú llamas agreste
es maestra de moderación, diligencia y justicia»?
                 (Pro Sexto Roscio Amerino, 75)


¿No fue el buen papa Juan XXIII el que reconoció
que había nacido de familia dedicada a la agricultura,
«oficio el mejor, el más fecundo, el más dulce y el más digno del
                 hombre aun del hombre libre» (Cicero, De Officiis I, 42)


¿No es antinatural renunciar a nuestra naturaleza
cuando nos olvidamos que de la tierra salimos y a ella volveremos,
cuando nos avergonzamos de nuestra naturaleza y orígenes?


Si menospreciamos o despreciamos a nuestra madre,
¿qué clase de hijos somos? ¿no estaremos condenados a ser
unos huérfanos errabundos por engreídos?


Han sido unos adolescentes de un colegio rural y público
Virxe da Cela, en Monfero (A Coruña),
los que han reparado en la evidencia.


Su indignación es comprensible porque es de sentido común…
A ellos y a su maestra Carmiña les agradecemos este brote verde
que viste de primavera este mundo nuestro periclitado.


Periclitado y asfixiado por una civilización que no da más de sí
porque se va replegando en un profundo agujero negro
que no sabe de amores sino de intereses rastreros,


que no busca la autenticidad y prefiere seguir disfrazado,
donde no cuenta el ser humano sino los moldes domesticadores.
¿Hasta cuándo vamos a seguir tolerando esto?

Posicionarse en la Última Cena

Última Cena de Juan de Lumbier
Parroquia de San Juan Bautista de Cortes (Navarra)

LA ÚLTIMA CENA
Reflexión publicada en el folleto de las Primeras Comuniones
de la Parroquia de San Juan Bautista de Cortes (Navarra)
en la solemnidad de la Ascensión del Señor Jesucristo,
domingo 8 de Mayo del año del Señor, 2016



El pintor navarro Juan de Lumbier fue el artista que pintó la Últim­a Cena de nuestra Parroquia alrededor del año 1600. Nos la presentó en torno a una mesa redonda semejante a la de los caballeros del rey Arturo y, como tal, nos revela la igualdad de los comensales: «Vosotros sois todos hermanos» (Mt 23,8). Destaca en el centro el Señor Jesucristo con un halo luminoso que ilumina su rostro: Él es la luz del mundo. Descubrimos que es una cena pascual que rememora la liberación de la servidumbre que subyugaba a los israelitas en el país de la opresión, Egipto. Un cordero asado nos lo recuerda, pero, igualmente sabemos, que el precio que va a pagar Jesús por esta nueva y definitiva liberación es su propia vida: «Como cordero llevado al matadero...» (Is 53,7). Aunque puede parecer que no hace referencia a la Eucaristía, bien sabemos que estamos en el escenario donde tuvo lugar su institución. El mantel blanco y los cortinajes que, a modo de baldaquino cobijan la escena, nos evocan un altar. Hemos sorprendido al colegio apostólico en un debate acalorado. Jesús les ha revelado que uno de ellos lo va a entregar: «La mano del que me entrega está conmigo en la mesa» (Lc 22,21), y todos buscan al traidor. Pedro, muy convencido, parece decirle a Jesús que está dispuesto a permanecer a su lado aunque esto le conduzca a la cárcel o a la muerte, pero Jesús le responde que le negará tres veces antes de que cante el gallo. En primer plano vemos al autor de la felonía, Judas, que lleva en su mano izquierda la bolsa de tesorero apóstolico, pero en ella guarda las treinta monedas por las que ha vendido al Maestro. Para más destacarlo del resto, carece de nimbo, además de ser zurdo, y tiñe su cabellera del color de los zorros ladinos. Con una postura forzada, habida cuenta de la interpretación contemporánea de la Última Cena, el apóstol Juan, como un niño, se entrega al sueño reparador en el regazo de su Señor, mientras este le acaricia el cabello. Una escena que contrasta con la otra, la confianza frente a la traición, la amistad gratuita frente a la manipulación interesada. La institución solemne de la Eucaristía estuvo entenebrecida  por una infidelidad repugnante... La entrega de Jesús abrió el camino a la vida y la deslealtad de Judas le llevó a la frustración extrema. Parece que no hay más que dos caminos... ¿Por cuál nos decidimos nosotros?

Exorcizando el dualismo

Roberto Bolle es un bailarín italiano de danza clásica

Roberto Bolle como adalid de los derechos humanos

Danzando con el fondo el templo de la Concordia en Agrigento (Sicilia)

EXORCIZANDO EL DUALISMO


Qué bien que el espíritu se haga uno con el cuerpo
para expresar los sentimientos profundos
que fluyen en los tuétanos del ser.

El cuerpo se hace canto, poema y oración;
y el espíritu vibra en los cinco sentidos.
La materia es sagrada y el espíritu se materializa.

El dualismo es exorcizado y erradicado
porque sueña a los cuatro vientos
un concierto esponsal del alma y la carne.

Dancemos, pues, sin reparos ni cortapisas,
siguiendo los compases musicales
que llevamos escritos en los poros de nuestro ser.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Las campanas voltean de agitación y alegría

Procesión de la Virgen del Rosario en las fiestas patronales de Fontellas (Navarra)
el 6 de Septiembre del 2018

LAS CAMPANAS VOLTEAN DE AGITACIÓN Y ALEGRÍA
Saludo del párroco en las fiestas patronales
en honor de Nuestra Señora del Rosario
tomado del programa oficial de festejos de Fontellas (Navarra) del 2018
 


Las campanas han sido y siguen siendo en nuestra cultura occidental un instrumento musical tan humilde como polifacético y omnipresente. No ha sido tan valorado ni reconocido como el piano, la trompeta o el violín, que dan prestigio y popularidad a quienes los tocan. No tiene renombre ni es objeto de conversaciones, pero tampoco lo suele ser el aire que respiramos, la sal que condimenta nuestras comidas o las margaritas que anuncian la primavera. 

Aunque su nombre parece proceder de la región italiana de Campania y su utilización litúrgica atribuirse al santo obispo de Nola, San Paulino, en el siglo V de nuestra era, su origen es inmemorial y se pierde en el comienzo de la humanidad. Encontramos testimonios escritos, representaciones artísticas y restos arqueológicos en todas las culturas de la tierra. No es extraño, porque la percusión de un objeto contra otro ha sido una manera instintiva y elemental del ser humano para expresarse y hacerse notar.

Nos imaginamos las campanas como las que vemos en las torres de nuestras iglesias: una copa invertida fundida en bronce que se toca golpeando su interior con un badajo o su exterior con un martillo. Lo cierto es que a lo largo de la historia y de la geografía encontramos campanas de innumerables formas, descritas con un arsenal de nombres geométricos; tamaños diversos, desde las colosales, como la de la catedral de Colonia, la Gran Campana del Zar en el Kremlin o la Gorda de la catedral de Toledo, hasta las más minúsculas que nunca saldrán en la lista Forbes de las más ambiciosas porque todo lo que precise de microscopio para verlo no es digno de emular ni publicitar; y fabricadas con materiales de toda índole, no sólo de metal, hierro, plata, oro o bronce, sino también de cerámica, madera, etc. Pero en todas ellas, su sonido vibrante y eterno es un eco de la vibración primordial del universo. Ahí está su magia y su virtud. 

Su sonido nos arrebata misteriosamente. Puede ser cadencioso, lúgubre y lastimero como las campanas de la noche de difuntos en la famosa leyenda de Bécquer, «El monte de las ánimas», o estridente y jovial como el tintineo de las campanillas que adornan los tobillos y muñecas de bailarinas y danzantes, de héroes y dioses de los panteones sagrados de la humanidad. Podemos pensar en las campanas que marcan las horas, convocando a los monjes de un cenobio a la alabanza y a la lectio divina, al trabajo y al descanso, o, sencillamente, en las que dan las horas del reloj en las espadañas y campanarios de nuestras villas; en la campanilla que nos espabila para rendir homenaje y adoración ante la hostia consagrada que el sacerdote eleva en la Eucaristía después del memorial de la Última Cena, en esa más grave que tañen los auroros cuando invocan a Santa María como preludio al canto de la aurora en los amaneceres pletóricos de luchas y esperanzas o en aquella que, sujeta a un cayado nudoso, agitaba inquieto un enfermo de lepra para advertir de su presencia amenazante a los desprevenidos caminantes. También nos viene a las mientes las solemnes campanadas que dan la bienvenida al nuevo año; el toque del ángelus invitando al recogimiento como en aquella pintura de una pareja de campesinos que inmortalizó Jean Francois Millet; las campanadas más alegres convocando al pueblo para el bautismo y acogida en la comunidad de un nuevo miembro, la confirmación que da estatus de ciudadanos adultos a los jóvenes del pueblo, la celebración de una boda en un derroche de fantasía principesca, o antaño, las que anunciaban la agonía, la procesión con el viático o la muerte de uno de los nuestros. 

Quizás el sonido de las campanas fuera algo extraordinario como cuando sonaban a rebato informando de un incendio o de una calamidad extrema y convocaban al pueblo a hacerle frente desde la solidaridad que todo lo puede. Aquellas campanadas que exorcizaban tormentas, desgarrando las nubes mientras el predicador desde el conjuratorio invocaba la protección divina. Nos quedamos expectantes cuando nos hablan del tañido de las campanas por sanadores que pretenden desbloquear las energías vitales que fluyen por los canales invisibles del ser humano, incluso exorcizar espíritus impuros que atenazan el alma del osado o del incauto. ¿Qué hay de verdad en todo esto? Estemos atentos porque nuestra ignorancia no va a ser la clave para interpretar lo que desconocemos.

La presencia familiar de las campanas en la vida común no diluye su condición de portal e instrumento del misterio. Luis María Marín Royo en su libro «Costumbres, tradiciones y festejos» relata lo siguiente: «Al igual que ha pasado últimamente en un pueblo italiano, que la campana de la iglesia se tañía milagrosamente sola, también en Tudela, o mejor dicho, en Fontellas, tuvimos este milagro. El hecho, leído de un tirón y sin querer investigar más, tiene hasta aires de veracidad. Dice el documento que se tañía sola, comenzando hacia el mediodía del 17 de noviembre de 1564, y que duró doce horas, sonando cada cierto intervalo de tiempo, como dos o tres badajadas. La información fue recibida por el oficial eclesiástico de Tudela, Lorenzo de Lerma. 

El alcalde y vecinos tomaron sus precauciones, reconocieron la iglesia y dejaron un guarda que vigilara la misma y, aún así, los vecinos, desde las ventanas, seguían escuchando aterrorizados el repetido golpe del badajo, que repitió el sonido durante toda la noche». 

El misterio nos desborda y sobrecoge porque no lo controlamos, no es previsible y no lo podemos explicar convincentemente. Pero esta existencia humana nuestra es así, ¿no? Pensamos que llevamos las riendas pero… Nuestra fe confiesa en medio del desvalimiento extremo que somos criaturas divinas y que el Creador nos ha empapado con su Espíritu hasta los tuétanos de nuestro ser, desplegando ante nosotros un horizonte de vida eterna. Jesús de Nazaret vino para revelárnoslo.

En estas fiestas en honor de la Virgen del Rosario, que vamos a estrenar en este año del Señor, 2018, las campanas voltearán gozosas anunciando la alegría y la amistad que estamos invitados a vivir, y nuestro espíritu brincará y se desbordará de gozo. Y, sin saber muy bien cómo, nuestro corazón palpitará al ritmo de las campanas presagiando esta noble vocación. ¡Felices fiestas, mis queridos compañeros, vecinos y allegados de esta villa nuestra de Fontellas! ¡Viva la Virgen del Rosario, maternal protección y áncora de salvación! ¡Viva Fontellas!