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Manuel e Idoia con los amigos de Azagra el día de la boda (por cortesía de Carlos Fresno) |
CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIO DE MANUEL E IDOIA
En la iglesia parroquial de Azagra,
en la fiesta del equinoccio de otoño,
21 de Septiembre del año del Señor, 2019
Un escenario solemne para una profesión solemne.
Para rubricar vuestros votos esponsales
habéis elegido la iglesia de nuestro pueblo.
Toda la arquitectura y el mobiliario de la misma
pretenden visibilizar una presencia invisible pero real
de nuestro Dios y los santos del cielo y de la tierra.
El Señor Jesucristo centra el retablo en su ascensión
y, ya os digo, está tan presente en medio de nosotros
como antaño en las bodas de Caná de Galilea.
En el ático lo vemos crucificado con una interpelación:
—«¿Queréis dar sentido a vuestra vida?»
—«¿Queréis que vuestra vida tenga sentido?»
Dar la vida por los demás
es el camino abierto por el Salvador.
¡Buen lema en el frontispicio de vuestro matrimonio!
A los pies de la cruz, en el Calvario,
encontramos a la Madre de Dios
y al discípulo que tanto quería Jesús.
¿Para qué hablar de fidelidad
si tenemos el testimonio de la Madre de Dios
desde la Anunciación hasta la donación de la cruz?
¿Para qué hablar de pasiones
si vemos al discípulo que reposó su rostro en el pecho del Maestro
con los ojos empapados en lágrimas al pie de la cruz?
En las calles laterales del retablo nuestros padres en la fe,
mejor diremos nuestras madres, San Cernin y San Fermín,
porque ellos nos engendraron para la fe.
A vuestro lado, queridos Manuel e Idoia, vuestros padres,
que tienen mucho rodaje y mucho que decir.
Nacho y Anabel, tal día como hoy pero en 1984, contrajeron matrimonio.
Llenando la iglesia y arropándoos con su cariño
vuestros familiares y amigos,
elegantes y distinguidos los caballeros
y las damas presumidas como
modelos en la pasarela.
¿Quién os iba a decir hace trece años,
cuando contabais con diecisiete
y os librasteis de votar, cosa que no lograréis este año,
que aquel encuentro tímido e impaciente en el Tuareg
os iba a traer hasta aquí,
hasta la mesa de la Eucaristía?
¿Qué música sonaba entonces?
«Me gustas mucho, tú
Tarde o temprano seré tuya y mío tú serás…»
Uno se para y echa la mirada atrás
y piensa que ninguno sabemos
por qué, cuándo, cómo y dónde nace el amor.
Sois quintos y juntos habéis ido a
la escuela,
juntos en la catequesis de primera comunión, confirmación…
¡Llega el amor y da la vuelta a todo!
Hay muchas canciones de amor,
casi todas lo abordan de una manera u otra,
pero a mí me parece oportuna esa de la otra Rocío:
«Como una ola, tu amor llegó a mi
vida.
Como una ola de fuerza desmedida,
de espuma blanca y rumor de caracola. Como una ola».
El amor te empapa
y te cala hasta los huesos,
vistiendo tu vida de rocío primaveral.
Aquí estáis en el equinoccio de
otoño
y parece que va a llover,
como vaticinaban los augures del tiempo.
Ya sabéis lo que toca:
«Al mal tiempo, buena cara».
El tiempo, como el contexto, escapa de nuestro control.
Si dependiera de él nuestra
felicidad
íbamos aviados.
Y, ¿cuál es nuestra postura? ¿quejarnos?
A nadie le agrada mojarse
pero si es cierto que sin el sol no hay vida,
también lo es que sin la lluvia tampoco.
Nos viene a las mientes
recitar aquellos versos del poeta:
«Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales».
Comienza el curso en el otoño.
Se reanuda la vida.
Comenzáis una nueva etapa.
Cuando el árbol se despreocupa
de la floresta y adornos primaverales
para madurar en su interior.
El tiempo de la caída de la hoja
evoca y remite al crecimiento interior,
a afianzarse consolidando el tronco y las raíces.
La parábola de Jesús sobre el administrador perspicaz
nos urge a ser precavidos y espabilados,
no a despreocuparnos en la ingenuidad.
No hace falta ser un lince para encontrar algún ejemplo.
—«¿Piensas, Idoia, que Manuel no te va a fallar?»
—«¡Y tú también le fallarás a él!»
¿Por qué entonces no adoptar hábitos saludables,
humildad para pedir perdón y magnanimidad para perdonar,
para cuando lleguen estos momentos tan desazonadores?
Hay muchos momentos de turbación grande
pero también los hay de dicha desbordante.
Pero en la fe todos ellos son para vuestro bien.
Y acoged también en el inicio de vuestro matrimonio
esa advertencia de Jesús, ¡no la echéis en saco roto!:
«No podéis servir a Dios y al dinero».
Servir a Dios es amarle con todo el corazón,
es amaros el uno al otro con toda el alma,
es amar con delirio al mundo entero…
Servir a Dios es amar a sus hijos,
es amar a vuestras familias y amigos,
es amar a los pobres y a los desgraciados…
Servir a Dios es amar al mundo sin ser mundano,
es amar para humanizar al mundo,
es amar la vida con, desde y para el compañero...