martes, 7 de abril de 2020

Hay esperanza en el ser humano

En marzo de 2010, Jacqueline Nyetipei Kiplimo participó en el Zheng Khai Internacional maratón (42,5 millas), en Zhengzhou City, China. El mundo se sorprendió por cómo Jacqueline aminoró el ritmo, sacrificando su propia victoria, para ayudar a un atleta discapacitado chino

ANTE LA PANDEMIA POR CORONAVIRUS, COVID 19
DÍA DÉCIMO CUARTO DESPUÉS DE LA DECLARACIÓN DEL ESTADO DE ALARMA
24 de Marzo del Año del Señor,
2020


Como en todas las guerras hay muchos desaprensivos que hacen negocio pero estamos viendo, no menos casos, de gente generosa que entregan lo mejor de sí mismos para aliviar tanto sufrimiento y salir cuanto antes de esta calamidad. Entre los primeros vamos viendo muchos rateros que desvalijan talleres, instalaciones deportivas, almacenes sanitarios; políticos arribistas que solo siembran cizaña y que, del árbol caído sólo les interesa hacer leña, y no dejan de acusar y estigmatizar a los rivales para desviar la atención de su propia responsabilidad e ineptitud; mercaderes que venden a su madre y se aprovechan de la desesperación ajena para vender gato por liebre e inflar los precios; gestores egoístas de lo público y lo privado que sólo procuran para sí y su clan (patria, cultura, familia y nación) según principio «sálvese quien pueda» y no dan un paso que pueda comprometer su integridad, etc. Entre los segundos, que, dicho sea de paso, meten muchísimo menos ruido, encontramos a una multitud ingente de gentes de toda raza, lengua, religión, cultura y nación que llevan la palma de los vencedores. Su patria y su familia, su religión y su cultura, su fe y esperanza es el mundo sin fronteras. Lo estamos viendo todos los días, como un ejército de hormigas silenciosas, porque «perro ladrador...» y cuyo lema es «obras son amores». Son los que están haciendo de este mundo un lugar digno para vivir, donde merece la pena vivir. No reciben aplausos pero tampoco los buscan, no tienen reconocimiento ni ahora ni cuando el fragor de la batalla termine, nadie les premiará por nada y no tendrán compasión de ellos ni se les permitirá ninguna licencia cuando despertemos de esta pesadilla. Son los héroes anónimos, el pueblo inmenso de todos los santos, la sangre vital y caliente de nuestro mundo, aquellos que hacen cierta esta convicción que expresaba Albert Camus, escritor francés y premio Nóbel Literatura, en su obra «La peste»: «Yo quiero testimoniar a favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y la violencia que les ha sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio».

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