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Placa de márfil de principios del siglo X para decorar e ilustrar un manuscrito para uso litúrgico. Representa a las tres mujeres santas que se dirigen al sepulcro de Cristo al amanecer del primer día de la semana para embalsamar su cuerpo, cuando se encuentran con ún ángel sentado sobre la piedra que cerraba la entrada de la tumba. Este les dice que Cristo no está ahí enterrado sino que va delante de todos a Galilea. Mientras, los soldados romanos confiesan que se han quedado dormido durante la noche y los discípulos han robado el cuerpo. |
HOMILÍA EN EL DOMINGO DE PASCUA
Confinados por la pandemia del COVID 19
en el día trigésimo después de la Declaracióndel Estado de Alarma
Fontellas, 12 de Abril del Año del Señor, 2020
Como a aquellas mujeres fieles y agradecidas
que acompañaban a Jesús
en su peregrinación anunciando el Reino de Dios
y le servían con sus bienes
después de haber sido rescatadas de la oscuridad…
Como a la atareada y desbordada Marta
que llora desconsolada
cuando la muerte quiebra su armonía familiar,
y se atreve a escuchar la voz susurrante e imperiosa:
«Yo te digo que si tú crees verás la gloria de Dios…»
Como a María de Betania,
que sentada a los pies del Maestro
acogía su Palabra y la meditaba en su corazón,
pero se levanta deprisa al sentirse sola y desterrada
para ir corriendo a su encuentro…
Como a la hermosa mujer samaritana,
sedienta de felicidad
pero harta de ofertas falaces y efímeras,
que, interpelada por Jesús en la intimidad del pozo de Jacob,
se siente desconcertada y fascinada: «Yo te daré agua viva…»
Como a María de Nazaret
cuando fue sorprendida por el ángel del Señor
y mostró su estupor por la elección y el proyecto divino,
para ser consolada y afianzada en su fe,
porque para Dios nada hay imposible…
Como a las mujeres inquietas y desasosegadas
que en la madrugada del domingo
se dirigen al sepulcro para velar al Amor de los amores,
arrancado de la tierra de los vivos
y arrojado como un despojo ante quien se vuelve el rostro…
No podemos conciliar el sueño
en esta noche oscura que vivimos,
en el silencio de Dios,
en la impotencia de los príncipes de este mundo,
en la desolación de los pueblos.
Arrancados de nuestra rutina,
derribados de nuestra soberbia,
desenmascarados de nuestra hipocresía,
desnudados por nuestras pretensiones divinas,
vagamos en la noche oscura.
Llueve mansamente en esta noche larga
y nos está calando hasta los huesos,
miramos a un lado y hacia otro ansiando una respuesta,
hacia arriba, donde los dioses moran,
y hacia abajo, un teatro de títeres y apariencias…
Entre el insomnio, el desvalimiento y la angustia,
recordamos los cuentos y las leyendas
en torno a una fogata de campamento las noches de plenilunio,
los amaneceres de nuestra juventud
después de una noche larga de amigos, amores y aventuras…
Queremos huir, regresar a nuestra inconsciencia de antaño,
pero la realidad nos vuelve a poner los pies en la tierra
sin compasión, terca y obstinadamente.
Arrebatados por una fe vacilante, igual que las mujeres,
nos ponemos en camino hacia la tumba de Jesús.
Escuchamos musitar en nuestro corazón
como un estribillo incesante
unas palabras inquietantes y estremecedoras:
—«¿A quién buscáis?»
—«No está aquí, ¡ha resucitado!»
Como las mujeres nos atrevemos a acoger
en nuestras entrañas, nuestra tierra en tempero,
estas palabras de aliento,
palabras que dan sentido y abren camino,
palabras de esperanza y vida eterna.
Levantamos en esta Pascua del Señor
nuestra copa rebosante de sangre y anhelo,
de estigmas sangrantes y pábilos vacilantes,
de hermanos que sufren y hermanos que esperan,
y pregonamos a voz en grito, como una sola persona:
«Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote…
…Nos ha visitado el sol que nace de lo alto
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».