viernes, 31 de julio de 2015

Desde la muga de Navarra

Pino maternal que sale a recibirnos cada vez que nos acercamos a Cabanillas

Desde la muga de Navarra


Todos hemos recitado o cantado alguna vez los versos del poeta:


«Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.»

Es la condición del ser humano, somos nómadas. Nuestros encuentros, cuanto más gratificantes y enriquecedores son, más fugaces se nos antojan. Y siempre llega el momento del adiós.

Si lo pensamos bien, todo en la naturaleza, incluso ella misma, está en continuo cambio y movimiento. Ya los pensadores de la antigua Grecia plasmaron esta experiencia en una frase lapidaria: «Todo fluye.»

Los padres se nos van al cielo, los hijos se emancipan, el niño cede el relevo al adolescente, pasamos del régimen estudiantil al laboral, cambiamos de pareja, etc.

Alguno le puede dar vértigo tanta versatilidad, pero si lo pensamos bien todo cambio lleva en sí la esperanza de un nuevo nacimiento y, consiguientemente, una nueva oportunidad. Morir para renacer de nuevo.

¿Qué es lo que queda y nos queda de nuestro paso? Queda nuestro ser, que, al fin y al cabo, somos historia, mucho que hemos recibido y mucho que hemos aportado, unas veces desde el servicio gratificante otras desde el conflicto fecundo. Pero cuando todo ha merecido la pena, lo que debe quedar, ante todo, es un poso grande de agradecimiento.

Así que si miramos al pasado que no sea para naufragar en la nostalgia o para negarnos a abandonar la situación en la que nos habíamos instalado. Ya conocéis la historia de la mujer de Lot que, por no encaminar sus pasos hacia el horizonte y anclarse en su pasado, se transformó en una estatua de sal, totalmente estéril.

En las despedidas, que no sé si son tales porque siempre nos quedamos plantados en el corazón de los otros y los otros en el nuestro, siempre hay que abrir las ventanas de la esperanza, teniendo en cuenta que ya nada será idéntico ni tiene por qué serlo. Nadie puede sustituir a nadie porque todos somos únicos. Pero todos tienen su chispa y encanto: «¡Si de noche te lamentas por haber perdido el sol, tus lágrimas te impedirán contemplar las estrellas!»

Con un poeta he comenzado, con otro quiero terminar:

«Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos…
…Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.»


Desde la villa de Cortes, muga y cadenas del Viejo Reino de Navarra, con muchísimo cariño y agradecimiento, os deseo a todos los cabanilleros y allegados unas felices fiestas en honor del peregrino de Montpellier. Siempre vuestro: Javi.