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Cruz de canecillo de la iglesia de San Juan de Jerusalén de Cabanillas (Navarra) |
Dios nuestro,
que tanto amaste al mundo
que nos entregaste a tu Hijo único
para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna.
Mira a tu pueblo humillado
que habiendo sido rescatado de la esclavitud del pecado
y convocado a una meta de libertad,
tiene el alma seca, zarandeado mortalmente
por la nostalgia de la mesa de la abundancia
que se sirve en el país de la servidumbre.
Aquí nos tienes levantando los ojos
al Señor elevado del humus de la tierra
y pendiente de un madero
porque hizo suya la causa de los desheredados
compartiendo su suerte desde su nacimiento
hasta su muerte de cruz.
Como los perrillos al pie de la mesa
aguardamos expectantes
tu misericordia y fidelidad,
tu gracia reconstituyente y restauradora
que nos encamine hacia la tierra de promisión,
tierra que mana leche y miel, hogar de fraternidad.
Bendice, Señor, estos crucifijos que presentamos
y que siempre nos recuerden la llamada del Maestro:
“El que quiera ser discípulo mío tome su cruz y sígame
Porque quien conserve su vida, la perderá;
pero quien entregue su vida por mí y por el Evangelio, la vivirá.
¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?”
A ti, Dios nuestro, que te encontramos con el corazón desgarrado
asistiendo a la ejecución injusta de tu único Hijo,
y sigues derramando tu Espíritu Santo
del costado abierto de nuestro Salvador,
sea la bendición, la gloria y el honor por los siglos de los siglos. AMÉN.
(Oración tomada de la liturgia para bendecir los crucifijos en la Iglesia románica de San Juan de Jerusalén de Cabanillas, villa de Navarra, en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz)
al Señor elevado del humus de la tierra
y pendiente de un madero
porque hizo suya la causa de los desheredados
compartiendo su suerte desde su nacimiento
hasta su muerte de cruz.
Como los perrillos al pie de la mesa
aguardamos expectantes
tu misericordia y fidelidad,
tu gracia reconstituyente y restauradora
que nos encamine hacia la tierra de promisión,
tierra que mana leche y miel, hogar de fraternidad.
Bendice, Señor, estos crucifijos que presentamos
y que siempre nos recuerden la llamada del Maestro:
“El que quiera ser discípulo mío tome su cruz y sígame
Porque quien conserve su vida, la perderá;
pero quien entregue su vida por mí y por el Evangelio, la vivirá.
¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?”
A ti, Dios nuestro, que te encontramos con el corazón desgarrado
asistiendo a la ejecución injusta de tu único Hijo,
y sigues derramando tu Espíritu Santo
del costado abierto de nuestro Salvador,
sea la bendición, la gloria y el honor por los siglos de los siglos. AMÉN.