jueves, 24 de julio de 2014

Ante la muerte de Joseba Urbe García en Zirauki, el 16 de Julio del 2014




Hablamos por fidelidad,
hablamos por cariño,
hablamos y nuestra voz se quiebra,
tanto dolor nos abruma,
sólo queremos llorar.


Si nuestras lágrimas
fueran como el agua fecunda
que viene del cielo
y despierta en la tierra
una cosecha copiosa...


¿Dónde está Dios?
No es justo.
Todo discurría ligero,
¡éramos felices!
y hemos descarrilado.
Llorar con todos los que lloran.
«Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento...
...lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.» (Miguel Hernández)


Pero si estaba en la piscina hace nada
y todos le reclamaban para jugar al baloncesto,
y él, fiel a su tarea, que tan agradecidamente había acogido,
de tirar adelante con las tierras familiares,
marchaba a su viña para fumigarla.


¿Qué ha pasado?
Aperos viejos...
Como si sobrasen los recursos
para adquirirlos nuevos.
¿Quién iba a pensar?


Querida Gloria... tus quejidos:
—«¡Yo debería estar en tu lugar!»
Y en el mismo escenario contemplamos
a tu sobrina Arantza amamantando tiernamente a Nahia.
Una madre está para dar vida no para dejar que se vaya.


Desde que nos enteramos de su muerte,
las imágenes de Joseba
afluyen como un torrente en crecida
a nuestra memoria,
¡tanto le queríamos y tanto nos duele!


Cuando uno evoca a otra persona
puede que recuerde algo que dijo
o algún quehacer que realizó;
todos hemos ido poniendo en la mesa común
mil historias vividas con Joseba.


Personalmente no tengo palabras sonadas
ni hechos ocurrentes o grandes,
sólo una imagen recurrente
de las fiestas patronales del pasado año,
ese tiempo singular que propicia el brote de pasiones con más espontaneidad.


Bajaba después del concierto al txabiske
para cenar con los amigos del Huracán
y subía Joseba por las escaleras de la Plaza
con un templillo bueno bueno y con una sonrisa... ¡una pasada!
y nos fundimos en un abrazo y un montón de besos.


Decían los clásicos latinos:
«Vultus speculum animi est.» (El rostro es el espejo del alma)
Y acertaban en el caso de Joseba,
el corazón rezumaba por su rostro
y lo llenaba y te llenaba entero.


Entre tortillas de patata,
que ni hechas por Arguiñano serían más suculentas;
y paisajes de ensoñación,
como indómitos peñascos en el océano
que semejan las montañas Aleluya, sagradas y levitantes, de la película Avatar,


Joseba acunaba el proyecto
de zambullirse en las fuentes
de esa cultura milenaria de Tailandia.
¿Quién mejor que los amigos para compartir
ese bautismo rejuvenecedor y fecundante?


Joseba soñaba en lo profundo y lo pintaba
en esos escenarios virtuales de twitter y facebook,
como un chico enamorado de la vida
que sabe guiñar un ojo mientras comparte vacilando
una zanahoria con un bóvido de las Highlands.


Feliz por estar enamorado de la vida
cantando con David Bustamante
esa primicia de su nuevo álbum:



«Feliz con lo que tengo,
feliz con lo que siento.


Es que cada momento está lleno de ti.
Completamente libre,
mil sueños imposibles.
Soy dueño de la luna
si estás cerca de mí...»
Todo chico joven tiene sus ídolos,
puede ser Fernando Alonso, ¡de vértigo!
o un guardameta de antaño como Zubizarreta
o un central como Sergio Ramos,
pero el sueño que deseaba alcanzar Joseba era él mismo, él era su sueño.


En su experiencia profesional en Estados Unidos,
en su viaje breve pero aprovechado a Escocia,
había experimentado la vocación universal del ser humano,
pero siempre guardaba sus raíces
con elegancia y fidelidad.


Antes que nada, amaba con delirio a su madre
y se entregaba para que ella pudiera vivir
y descansase de tantas labores para levantar a su familia,
pues los esfuerzos no son pocos
en un hogar monoparental.


Prematuramente se fue Pepito de nuestro lado
allá por el año del Señor, 1995.
Pero una mujer y una madre es todo donación y vida.
Y amaba esta entrañable villa de Zirauki
como se ama a la que nos dio el ser.


Amaba a sus amigos;
¿quién mejor que ellos para compartir
de fin de semana por Iruña
unos pinchos sabrosotes
y unas cañas refrescantes?


No creo que en las cervecerías de la capi
sea fácil encontrar una de marca Best,
que tanto le gustaba,
como el mítico e increíble futbolista del Manchester United,
aunque fuera un irlandés de Belfast.


Amaba a su equipo de fútbol
y cuando renació hace ya cinco años
no dudó ni un instante de entregarse a él.
Si con el Oteiza había llegado a tercera,
¿por qué iba ser distinto con el Zirauki?


Amaba a los niños:
¡Cuántas veces se paraba y jugaba con ellos!
Este diálogo intergeneracional
es una de las grandes riquezas
de las villas humildes y recoletas de nuestra tierra.


Con su sobrinilla Olaia, ¡qué gozada!
La sacaba a pasear muchísimo al parque, a la piscina.
El mismo día de su partida jugando con ella:
—«Bat, bi, hiru...»
y al agua como los patos.


Este chaval era todo cariño,
rezumaba cariño por todos los poros de su ser,
y él, que era espabiladillo,
lo sabía muy bien.
Estaba contento de ser una buena persona.


Además era un chico profundo
y muchas veces comentaba
que, entre todos los valores, apreciaba la fidelidad,
por eso le resultaba difícil de digerir
la deslealtad, la traición y el engaño.


¡Qué pena que conforme nos vamos haciendo mayores
y, consiguientemente, instalando,
se nos vaya olvidando esto, que es de sentido común,
aunque también es cierto que el amor es un don tan admirable
que nunca estaremos a la altura para responder con reciprocidad.


Era profundo, y su deporte, el fútbol,
se convirtió para él en una mística
para situarse ante la vida.
Fíjate, si no, cómo pensaba
desde su puesto de portero:
«¿Qué es ser portero?
Es permanecer solo bajo tres palos;
es ser el menos reconocido por el equipo;
es saber que tus intervenciones no cuentan como los goles,
pero tus errores sí.
Es poder ser el héroe
cuando todo está perdido;
es saber que en los penaltis tú eres decisivo;
es saber que en cada portería hay sólo uno,
¡y has logrado llegar hasta ahí!
Es saber volar sin tener alas.
¡Es ser un ángel salvador!»
Pues mira, queridísimo Joseba,
¡tantas veces que te tuve en brazos cuando eras niño!,
eso serás siempre para nosotros, ¡un ángel en el cielo!


Ahora ya no tendrás que brindar cada parada magnífica
a tu padre que está en el cielo,
simplemente te reíras con él
y gozarás de su encuentro y de su abrazo,
que tantas veces añorabas.


Te has ido, dulce amigo,
para plantarte de una manera misteriosa y desconcertante
más dentro de nuestro corazón,
¿Acaso es egoísmo decir
que no queremos decirte a-Dios?


Tú eras creyente, creías en Dios,
«en quien vivimos, nos movemos y existimos,»
y te has ido a vivir en él,
y como todo el empeño de Dios es vivir en nosotros,
tú vas a estar más plantado que nunca en nuestro corazón.


Estabas contento cultivando las tierras familiares
que tu tío Ezequiel hace un año dejó
como antes lo hiciera tu padre
en una muerte tan temprana,
y te alegrabas de tu primera cosecha...


Pero seguro que en el cielo
te vas a alegrar muchísimo más
de la cosecha que tu vida y tu semilla
van a producir en nuestro corazón
abierto y desgarrado ahora para acogerla.


Joseba, no queremos decirte a-Dios,
¡te queremos muchísimo!
¡Nuestro corazón sangra dolorido!
Pero Dios te quiere más y mejor que nosotros,
y hará por ti lo que nosotros no podemos hacer,


devolverte la vida a borbotones,
y nosotros seguiremos escuchando tu trombón de varas, en la «Galtzarra»,
o más marchosillo en «Beti Berandu»
y sonreiremos mirando al cielo
como cuando tú lo hacías de portero obsequiando a tu padre.


Dios, que te creó en las entrañas maternas,
Jesús de Nazaret, que entregó su vida para que tuvieras vida eterna,
y el Espíritu Santo, que misteriosamente nos cubre con su sombra,
te guarden siempre en su amor
y colmen tu vida en el cielo hasta su plenitud.

(Homilía en el funeral de Joseba en la Parroquia de San Román y Santa Catalina de Zirauki)

No hay comentarios:

Publicar un comentario